Ajenos a toda preocupación teológica o moral, los hijos de la República Pagana profetizamos el amor, la ceremonia, el arte y la cocina; despojados del prejuicio popular nuestra voz suena en los rincones de nuestro territorio, reclamando los años que nos han sido robados por naturaleza, con fiebre de una guerra que no luchamos, ansiados de tiempo.
Nacidos con derechos y deberes que nos atribuyen y que no ejercen sobre nosotros la fuerza para hacerlos propios, fundimos a tinta sobre piel nuestro paganismo, porque no hay ser celestial en este mundo más brillante que el otro, ni amor más fuerte que el placer, ni devoción más sagrada que el arte, ni plegarias más precisas que una clave de sol.
República por convicción, Pagana por erosión. Desgastamos las costas del raciocinio, “porque el hombre creó una rueda, que nada tiene que ver con una pierna” así, presentamos una República que nada tiene que ver con un hotel.